martes, 13 de noviembre de 2012

El cuadro

Sostenía el cuadro en su mano. Ese cuadro había presidido su hogar desde que ella tenía memoria.

Su madre, escogía para el, la pared más visible del salón. "Es lo único que tengo de mi pasado".

Habían vivido en tantos lugares, que casi ya ni se acordaba, lo único que permanecía era el cuadro,

Era una pequeña acuarela, un paisaje otoñal.  Ahora era suyo, mantenía el legado de su madre. "Consérvalo, algún día puede hacerte falta.  No lo olvides".  Susurró su madre antes de dárselo y recordó cuando su abuela se lo había legado a su vez a su hija.

Aquel día tan lejano, de aquella Navidad del 61, su madre había salido llorando de la casa de sus padres.  No soportó más los reproches de su padre.  Tomó a su hija y fue al irse cuando su madre, a escondidas, se lo entregó con los ojos hinchados y la impotencia de sus lágrimas derramándose por sus mejillas.  "Hija, toma esto, no lo tires, algún día puede ayudarte".

Se abrazaron a escondidas y con la pequeña en sus brazos abandonó para siempre el hogar en el que no podía continuar.

¿Qué tiene de valor? ¿Es de algún pintor famoso, mamá?  No lo se, cariño, pero es lo único que tengo de mi familia y mi madre me lo dio como el mayor tesoro.

Pasó el tiempo, ahora el cuadro es suyo; sigue mirando su paisaje otoñal y no ve en él ni belleza, ni arte... ni tan siquiera está bien enmarcado.  Es pequeño, insignificante, como esos árboles desnudos, esqueléticos y con sus hojas doradas alrededor y la tristeza del cielo reflejándose en el riachuelo.

Ahora ella tiene su propio hogar.  Su marido la observa divertido y expectante.  Tiene el taladro en su mano , sólo espera sus órdenes para clavar las alcayatas.  Buscan posibles lugares, el efecto que hará.  Ya está decidido.

Se están abrazando cuando el cuadro cae al suelo, parece que pesaba demasiado para el clavo que han puesto.

El cristal se ha roto en la caída, la trasera está movida y ven asomar un papel amarillento.

Es un sobre, la letra de su abuela. Va dirigido a su madre.

Tienen cierto reparo pero se sientan y deciden leer la carta; su destinataria no pudo hacerlo, saben que no le importaría.

Querida hija:
Se que la vida no ha sido fácil para ti, tampoco lo ha sido para mí, pero yo acepté mi destino y he llegado a acostumbrarme.
Aunque no lo creas, tu padre te quiere, a su modo.  El no es mala persona, sólo que le tocó vivir en una época muy dura, había que sobrevivir y no había tiempo para la ternura.
No se si algún día te hará falta; ni siquiera si llegarás a leer esta carta, será señal de que las cosas te han ido bien.  Si eso no ocurriera, quiero que sepas que te he dejado en propiedad la casa y las fincas de tus abuelos.
Ahí tienes la dirección del notario y todos los datos que necesitas.
Es una casa que no conoces, muy bonita, en ella me crié y fui muy feliz.
Véndela, alquílala, úsala.  Sácale provecho.
Es todo lo que tengo y no lo necesito, a ti puede sacarte de un apuro.
Recuerdame y háblale de mi a tu hija.
Te quiero.
Mamá

Las lagrimas caían sobre el papel, humedeciéndolo. Ahora sí podía apreciar el verdadero valor del cuadro y notaba la presencia de su madre y de aquella abuela de la que apenas recordaba su rostro, pero que de alguna manera había estado presente toda su vida.


María Práxedes García

2 comentarios:

  1. TE HA QUEDADO FANTASTICO, YA SABIAMOS QUE ALGO ESCONDÍA. UN ABRAZO PILAR

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  2. Me ha parecido un relato muy bonito y entrañable

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