martes, 18 de diciembre de 2012

LA NOCHE

En la oscuridad de la noche, se oyeron unos pasos por la calle, arrastraban los pies, como si  llevaran una losa, no podían con su peso.
 Cayó al suelo pidiendo auxilio, nadie salía a socorrerle, les daba miedo, pues hacía rato que habían dado el toque de queda y se exponían a que les metieran en la cárcel. Pero eran tan angustiosos los quejidos que se oían que pudieron más que las consecuencias que pudiera tener.
Apagó la luz, y muy despacio fue abriendo la puerta de la calle y como a un metro de distancia, delante de la casa, había un bulto, era una mujer joven, se veía que iba bien vestida. Tenía la cara y el cuerpo machacados por golpes, estaba sangrando mucho. Como pudo la metió en la casa, la desnudó, el cuerpo lo tenía muy lacerado por los golpes que le habían  propinado con tanta saña.
La lavó las heridas y se las curó. Preguntó cómo se llamaba,  quién se lo había hecho y por qué.
La mujer no dejaba de llorar y decir que no sabía quién era, ni qué la había pasado, no  se acordaba de nada.
   Como era muy tarde, la dejó descansar y quizás a  la mañana siguiente  podría responder a todas las preguntas.
 La mujer durmió hasta muy tarde, cuando despertó, estaba muy desorientada, no sabía donde estaba, al intentar levantarse, se mareó y cayó como si fuera un fardo, poco a poco fue tomando conciencia de lo que le había pasado y dónde se encontraba.
La volvió a curar las heridas, la dio un poco de sopa caliente para que recuperase las fuerzas pués estaba muy débil, cuando ya se había recuperado un  poco, comenzó a relatarle su historia:
 Quería abandonar el país pues su vida corría peligro.
 Era la mujer de un terrateniente, no la faltaba de nada, vivía una vida de lujo, sin preocupaciones de ninguna clase. Cierto día, en que su marido no estaba sin que él    lo supiera, se fué a visitar la hacienda, cosa que no la dejaban hacer  pues desde que se casó hacía unos meses casi no había  podido salir ella sola. Lo que vió le causó un gran impacto. Tenían a mujeres y a niños como esclavos, lo mismo servían para arar los campos, pues los ponían en vez de animales, bien  para cargar los camiones con sobrecarga,  para tardar menos en hacerlo. También  los tenían para su placer.
 Viendo el sufrimiento que estas personas tenían, pues los trataban peor que a los perros, les ayudé a muchos a huir de esa miseria, buscó a personas que la ayudaran a sacarlas del país para que pudieran rehacer su vida en otro sitio.
 Hasta que el otro día, el capataz de mi marido se enteró y sabiendo que éste estaba fuera por unos negocios, entró en casa acompañado de varias personas,  me sacaron arrastras y me llevaron a un barracón, donde me torturaron para que les dijera quién me estaba ayudando, pero tanto me pegaron que creyeron que me habían matado, luego me tiraron en medio del arroyo.
 Al cabo del tiempo me desperté y como pude me alejé de allí, llegué hasta aquí donde me encontraste.
Ahora, tú también  estás en peligro.
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                                                                                    PAULA C. MENA

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